Además del tejido medular y nervioso, los vasos sanguíneos pueden resultar dañados, ya que pueden romperse y causar hemorragia intensa en la zona de lesión, propagándose incluso a otras áreas de la médula espinal.
Una vez sufrida la lesión, en cuestión de minutos se produce la hinchazón de la médula, abarcando todo el canal espinal en la zona lesionada. Esta hinchazón corta el flujo sanguíneo, además del aporte de oxígeno al tejido medular espinal, y se produce un descenso de la presión arterial debido a la pérdida del tono vasomotor simpático. A medida que esta presión cae, desciende la actividad eléctrica de neuronas y axones. Todos estos procesos conducen a un trastorno clínico denominado shock medular.
El shock medular implica la disminución o pérdida de las funciones medulares por debajo del nivel de lesión. Además, provoca un deterioro sensitivo y una parálisis fláccida.
En unos casos, el estado de shock puede durar unas horas ( en la mayoría de los casos menos de 24h.) o incluso días en otros.
A medida que el shock va disminuyendo, las neuronas recuperan su excitabilidad y aparecen los efectos de la pérdida de neuronas motoras superiores sobre los segmentos medulares situados por debajo de la zona de lesión.
Una lesión medular pues, causa una serie de mecanismos en el organismo tales como:
- Cambios en el flujo sanguíneo.
- Invasión de las células del sistema inmune en el tejido medular, lo que provoca una intensa respuesta inflamatoria.
- Liberación excesiva de neurotransmisores que destruyen las células nerviosas.
- Elevada producción de residuos procedentes del metabolismo celular y que reciben el nombre de radicales libres.
- Autodestrucción de las células nerviosas.
Todos estos mecanismos resultan atractivos a los investigadores, ya que, averiguando la forma de detenerlos podría reducir las discapacidades y abrir paso a una posible recuperación.
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